Todas aquellas imágenes, reflejo fiel de nuestras vidas, comencé a mezclarlas con otras muchas cosas con las que yo sabía que ella siempre había disfrutado. Sus melodías favoritas, su afición al arte…, visualizábamos una y mil veces sus lienzos preferidos,…
Este parágrafo pertence ao relato Art zheimer ´ s, escrito por Vionta. Unha interesante e bonita achega para coidadores e familiares.
Art Zheimer’s
Vionta
Dedicado a Eimear Farrel, en agradecimiento al trabajo que realiza a través de la fundación “The five senses for Alzheimer´s”, y a todos aquellos que de alguna manera, sufren con entereza o sin ella, este difícil camino.
http://www.thefivesensesforalzheimers.com
Hace pocos días que me ha invadido la desolación y una nostalgia insaciable. Mi madre ya no me reconoce. Mis cariñosas y escogidas palabras no son más que vanos intentos por atraerla hacia mí. Los emotivos recuerdos que otrora la hacían llorar, ahora los escuchaba impasible, como si de extraños relatos de otras vidas se tratara. Ya no conseguía despertarla de ese oscuro sueño en el que día a día sucumbía durante más tiempo y atraerla de nuevo a nuestra común realidad. Ni durante aquellos breves instantes que tanto me consolaban en los últimos tiempos. Nada, ahora la nada, solo se imponía el vacío y el desconsuelo. Todos me habían alertado de la punta de dolor que generaba este duro momento del camino, pero cuando realmente llega, nadie está preparado.
Aun así y de manera indudable, como cualquier otro ser sensible, mi madre disfrutaba de mi compañía y respondía amable y agradecida a cualquier gesto de cariño. Como no podía ser de otra manera, ahí me tenía a mí, devolviendo a grandes paladas de cariño y paciencia, todo aquel amor que generosamente nos había entregado desde niños.
La siguiente etapa se me hizo muy dura. Las interminables sesiones de atropelladas e incongruentes conversaciones seguidas de prolongados e incómodos silencios… Todo ello, tan ajeno a lo que fueron nuestras vidas, se fue haciendo protagonista de nuestros encuentros.
Poco a poco, con un gran y racional empeño, intenté aceptar la nueva relación que se me imponía ineludible. En esta etapa, de grandes esfuerzos y pequeños logros, su enfermedad avanzaba a un ritmo que no me era posible asumir. Yo visitaba triste a mi madre, y ella recibía contenta a un extraño que la trataba con cariño. Pero lo cierto, es yo no era una persona tan paciente como quisiera, y consecuencia de ello, empecé a reducir y casi prescindir, de lo que me parecían absurdas e infructuosas conversaciones y pasé a llenar mis visitas de prolongados y amargos silencios. Poco duró mi nueva actitud, pues rápidamente me di cuenta de que estos largos periodos de silencio, no eran más que estériles momentos de gran abatimiento que no nos aportaban nada.
Pero si yo no me tenía por una persona paciente, si me consideraba tenaz y obstinado. Podía aceptar lo que le estaba pasando a mi madre, pero no resignarme a que lo que un día fue, y que todavía lo seguía siendo para mí, sucumbiera y se circunscribiera a lo que ahora le estaba pasando.
Decidí complementar mis visitas e intentar establecer una relación bidireccional de la que ambos pudiéramos salir beneficiados. Así que empecé por conjugar su presencia y todo lo que esa imagen había significado y todavía significaba para mí, con su obediente y completa disponibilidad a mis visitas. Me propuse intentar avanzar juntos y guiarla de la mano en un paseo a través del tiempo. Para ello volqué en mi tableta toda una vida llena de recuerdos, la suya. Videos, fotografías, archivos de audios…
Yo no sé si en algún momento, entre sonrisas y risotadas, mi madre era de nuevo ella o no, pero lo cierto es que ambos conseguíamos pasar rato agradable en mutua compañía.
Todas aquellas imágenes, reflejo fiel de nuestras vidas, comencé a mezclarlas con otras muchas cosas con las que yo sabía que ella siempre había disfrutado. Sus melodías favoritas, su afición al arte…, visualizábamos una y mil veces sus lienzos preferidos, Seguí por ese camino y probé con sus fragancias favoritas, el tomillo, el romero, los pequeños ramilletes de lavanda… Yo creo que surgían pequeños momentos de conexión con nuestro antiguo mundo común y aunque no fuera así, lo cierto es que el verla disfrutar de lo que siempre le había gustado, me hacía reconocer a esa gran mujer que siempre fue y sentirla de nuevo a mi lado.
A veces salía a estirar las piernas y si no la obligaba a acompañarme, ella prefería
quedarse allí, entretenida, observando aquella pequeña pantalla, exponente de tan
escogidos contenidos.
Al final opté por dejar allí la tableta, pues cuando me iba, ella la agarraba con fuerza, como a un hijo o un juguete del que no quisiera desprenderse. La amable y paciente cuidadora me contaba que los días que alguno de mis hermanos o yo, no podíamos ir a visitarla, ella se ocupaba de encenderle el aparato y pasar el lector por el código CQR que mi madre lucia en la solapa. A partir de ahí y siempre según lo programado, se le abría un mundo cambiante, que reconociera o no, era afín a la vida que ella había vivido y que la mantenía entretenida y de alguna manera vinculada a nuestras vidas.
Este proyecto, por llamarlo de alguna manera, nos indujo a no tirar la toalla con la premura con que las difíciles circunstancias nos acuciaban. Nos involucramos incentivando y estimulando una creatividad que llevada al mundo de los sentidos le permitiera a nuestra madre seguir disfrutando de pequeñas pero agradables sensaciones durante el penoso camino por el que avanzaba. Con todo ello, se consiguió que toda la familia se involucrara de nuevo, unos con ilusión y otros con resignación, pero todos aceptamos tirando al unísono de una cuerda que ninguno
quería soltar. Un objetivo que sobre todo sus nietos, hicieron suyo de inmediato.
Desbordantes de una imaginación y capacidad sorprendente que deseaban compartir con su abuela, saturaban con sus divertidos videos y fotografías la limitada memoria de su tableta.
Aprovechamos hasta el final ese vínculo, con el que más allá de la razón y ajeno a la voluntad, ejercitábamos y estimulábamos sus sensaciones, ajenas o no, a la memoria de unos sentidos que mi madre nunca perdería.