“Pero abuelo Cucho regresaba de vez en cuando y ‘abuelo2’ se iba a su tiempo, aquellos eran los mejores días. Mamá comenzó a darle unas pastillas para “que se sintiera mejor”, no sé cuáles, pero no importaba: mientras él estuviera conmigo, era muy feliz. Así que, con el tiempo, desistí de decirle a mi mamá cuál era mi abuelo y cuál no, pues parecía no entenderme. Y, pensándolo bien, si a mi abuelo Cucho le dio por viajar al pasado y cambiar de lugar con ‘abuelo2’, como plan para que mamá no se enterara, yo no iba a sabotearlo”. […]
Un plan maestro
Abel Guelmes Roblejo
A mis abuelos
A mi madre Aida, por los recuerdos
Todos en la casa siempre me están diciendo que tengo que tener paciencia con mi abuelo, que está muy viejito: que lo salude y lo asista en lo que necesite. Ellos piensan que soy una niña chiquita, pero ya tengo… uno, dos, tres… seis años y no me van engañar: ese de ahí no es mi abuelo.
Mi abuelo Cucho era buenísimo, me llevaba al círculo a caballito sobre sus hombros y esperaba sentado en el portal de la casa a que fueran las cuatro de la tarde para ir a recogerme con un helado y decirme: “tienes que comer, Carmita, para que crezcas grande e inteligente”. También lo hizo cuando empecé en la escuela, así fue que conseguí leer y contar hasta el cien primero que toda el aula, y darme cuenta que ese viejito que es igual a mi abuelo, viene del pasado.
No sé cómo mi mamá no se dio cuenta, creo que no comió mucho helado cuando chiquita. Yo lo vi clarito, cuando un día me llamó por el nombre de mi mamá y me dijo “Paulita, hija, tráeme una pastilla que me duele la cabeza”. Aquello fue raro, pensé que fue un recado a mi mamá y se lo dije. Ella me miró y me dijo que no pasaba nada, sólo que mi abuelo se estaba poniendo
viejito. Nada nuevo, “mi abuelo siempre ha sido viejo”, le dije, y sonrió yendo a buscar las pastillas solicitadas. Pero aquella no fue lo única vez que ese ‘abuelo2’, como le llamé, se descubrió. Para empezar, dejó de ir a buscarme al círculo.
No fue algo repentino, lo hizo bien pensado. Estuvo días sin ir, luego fue dos veces seguidas pero sin helado y cuando le pregunté por ellos, me dijo que se le había olvidado. Pasaron días sin llevarme o buscarme. El tercer día -fue el último de ellos, hace ya más de un año-, cuando regresábamos, cogió por otro camino y terminamos perdidos en otro barrio, lejos de casa. Ya en el carro, cuando mi mamá nos traía de vuelta, le dije bajito para que ‘abuelo2’ no me oyera: “mami, creo que ese señor no es mi abuelo”. No supe por qué, pero mamá paró el carro y rompió en llanto.
Pero abuelo Cucho regresaba de vez en cuando y ‘abuelo2’ se iba a su tiempo, aquellos eran los mejores días. Mamá comenzó a darle unas pastillas para “que se sintiera mejor”, no sé cuáles, pero no importaba: mientras él estuviera conmigo, era muy feliz. Así que, con el tiempo, desistí de decirle a mi mamá cuál era mi abuelo y cuál no, pues parecía no entenderme. Y, pensándolo bien, si a mi abuelo Cucho le dio por viajar al pasado y cambiar de lugar con ‘abuelo2’, como plan para que mamá no se enterara, yo no iba a sabotearlo.
Una vez entendido lo que sucedía, dejé que mi mamá me dijera que abuelo Cucho estaba enfermo -yo sabía que no era así-, pero me servía de excusa para quedarme al lado de ‘abuelo2’ y guiarlo en este tiempo. Era gracioso y comencé a cogerle cariño a ‘abuelo2’.
Cada vez que me llamaba por Paulita, le recordaba, bajito sin que nadie escuchara: “no soy Paula, soy Carmita, Paula es ella”, le decía señalando a mi mamá. Tuve que aprender a cómo rectificarlo, pues a veces se enfadaba. No obstante, pasé buenos ratos con él, lo ponía al tanto de los días de la semana, del año y de los que venían a visitarlo.
A veces se perdía dentro de la casa y yo hacía como si jugáramos al escondite, luego lo llevaba de vuelta a su sillón sin que nadie notara lo sucedido. Mami me agradecía mucho que la ayudara con “su papá”, me daba besos y de vez en cuando me llevaba a comprar helado; eso era bueno para así ser más inteligente, me decía robándole las palabras a abuelo Cucho.
Y los helados daban resultado, más de una vez tuve que mostrarle a ‘abuelo2’ que el celular de mami no era magia ni nada extraño o extraterrestre. Qué gracia me daba verlo saltar cuándo sonaba cerca de él y decía asustado que le quitaran esa “cosa” de su lado. No sé de qué tiempo era él en realidad, y mira que se lo pregunté, pero repetía que era el año mil novecientos no sé cuánto,… nunca dijo un mismo año. Siempre buscaba referencias a sucesos que no conozco; lo que importaba es que era muy viejo.
Sin embargo, por mucho cariño que le tuviera a ‘abuelo2’, yo quería ver al mío, al verdadero, pero cada vez regresaba menos veces a nuestro tiempo y se iba rapidísimo. Al menos, cuando venía, me decía lo grande, inteligente y linda que estaba; sólo con decirme eso, me hacía la niña más feliz del mundo y me dejaba ver lo mucho que me amaba y yo a él.
Seguro que viaja a otro tiempo y regresaba una y otra vez, para así vivir para siempre conmigo y con mi mamá: muy inteligente mi abuelo.
Así que decidí no ser egoísta. Me dije que si abuelo era feliz en el pasado, pues yo lo iba a ayudar e hice lo posible para que nadie se diera cuenta de que ese abuelo2 que está en el sillón, preguntándole a mi tío quién es y dónde está Rosa, mi difunta abuela, no era mi abuelo, sino un viajero del pasado. Algún día, seguro me enseñarán cómo lo hicieron.