‘El Devorador de Recuerdos’

afaga alzheimer relato o devorador de recordos

‘Mi padre está completamente solo en medio de una habitación sin paredes. La oscuridad envuelve cada recoveco, por lo que es incapaz de discernir donde empieza y donde termina la estancia. […]

A pesar de mis esfuerzos, el cuadro continúa brillando con intensidad por debajo de la tela. Su existencia es demasiado importante, por lo que resulta prácticamente imposible de esconder,…’

Un relato sorprendente, emocionante, impactante,…

Desfruta o relato:

El devorador de recuerdos

Sandra León Montagut

Mi padre está completamente solo en medio de una habitación sin paredes. La oscuridad envuelve cada recoveco, por lo que es incapaz de discernir donde empieza y donde termina la estancia. Las tinieblas parecen extenderse hacia el infinitivo y el aire huele a vacío. Camina en círculos concéntricos, vigilando de cerca los tres cuadros que hay colocados sobre los caballetes; dos de ellos están dispuestos uno frente al otro, el tercero perdió a su opuesto hace varias semanas. Su forma y sus detalles se fundieron con la penumbra de la habitación hasta perderse para siempre. Una esquina del lienzo ubicado en la parte derecha se asoma por debajo de la tela y la luz que desprende rasga la oscuridad, deslumbrándome durante unos instantes. Me apresuro en cubrirla de nuevo con la tela, tratando de ocultar su fulgor. Si el monstruo lo descubre se lo llevará lejos de aquí como todos los anteriores; si el monstruo lo descubre otro de los recuerdos de mi padre se desvanecerá entre las sombras.

A pesar de mis esfuerzos, el cuadro continúa brillando con intensidad por debajo de la tela. Su existencia es demasiado importante, por lo que resulta prácticamente imposible de esconder. Víctor se aproxima lentamente hacia él, trato de detenerlo, pero me aparta hacia un lado y tira de la tela; el cuadro queda al descubierto. Es de estilo barroco. No importa, si el monstruo viene le
ofreceré otro recuerdo. El menos valioso de los tres que permanecen todavía en la sala.

Extiende los dedos y roza lentamente el rostro de mi madre, su esposa. Las pinceladas sueltas, propia de aquellos artistas que preferían el predominio del color sobre la línea, captan la esencia de su mirada y la  sonrisa curva que se forma en sus labios. Aunque actualmente su cabello es níveo como la nieve, en la pintura todavía conserva el color oscuro, recreando una cascada negra y rizada que realza sus pómulos. Mi padre trata de decir su nombre, pero este ya ha escapado de la luz, huyendo hacia las tinieblas. Solo sabe que comenzaba por T y me comenta que al decirlo vibraba en la lengua con un repiqueo de campanitas  primaverales.

—Se llamaba Trinidad —señalo en voz alta y él asiente.

Junto a ella se encuentran dos jóvenes de pelo castaño; mi hermano y yo misma. Víctor sonríe y pronuncia mi nombre en voz baja, saboreando cada sílaba. También afirma que estudié arquitectura porque desde niña me gustaba crear estructuras imposibles que se elevaban hacia el cielo, como si quisieran acariciarlo. Sus ojos se deslizan hacia mi hermano, situado a la izquierda. Intenta buscar su nombre entre los huecos de su memoria, pero un frío aterrador invade repentinamente la sala. El monstruo ha entrado y se arrastra hacia nuestra posición con un siseo de ultratumba. Tapo el cuadro rápidamente, ignorando las quejas de mi padre, antes de enfrentarme a los ojos del Devorador.

—Has regresado pronto —asevero sin ocultar el reproche que desprende mi voz.

El monstruo sonríe, su boca se asemeja a un pozo sin fondo.

—No es pronto, el problema es que tú y yo percibimos el paso del tiempo de manera distinta. Estimas tanto su compañía que las manecillas del reloj giran más rápido para ti.

Me mantengo firme, mientras le fulmino con la mirada. Mostrando una serenidad mayor de la que siento en realidad. Lo que le ocurre a mi padre es culpa suya y él lo sabe.

—¿Qué quieres? —pregunto por inercia, es una pregunta sin sentido porque el Devorador siempre busca lo mismo.

Serpentea a nuestro alrededor, rodeándonos tres veces con el único fin de ponerme nerviosa y, finalmente, se aproxima a mi oído.

—Sabes bien que es lo que deseo —susurra. Se me eriza la piel al notar el tacto de su boca —. Estoy hambriento.

Trago saliva y doy dos pasos hacia atrás. El cuadro de mi familia sigue allí, oculto tras una vieja manta que no logra sofocar su brillo.

—Esther, por favor, pensaba que esta parte ya la habíamos hablado — comenta el Devorador con resignación, como si estuviera dirigiéndose a un niño pequeño que ha realizado su quinta travesura del día—. Tú eliges el recuerdo que quieres ofrecerme. No voy a llevarme el retrato familiar…

La frase se queda en el aire y sé que falta un «de momento» al final.

—Entrégame el lienzo que menos le importe. Ambos sabemos que uno de ellos tiene menos valor que los otros dos.

Notó la boca seca mientras dirijo la mirada hacia los cuadros que quedan en la sala.

—Olvidará quién es —comento, un ligero temblor en las cuerdas vocales provoca que mis palabras salgan rotas.

—Tonterías. Solo olvidará su profesión que, a fin de cuentas, no es tan importante. Todavía conservará dos recuerdos esenciales.

Camino mecánicamente hacia el lienzo que se quedó sin opuesto y lo destapo. Es de estilo modernista. En él veo a mi padre inaugurando su primera exposición de cuadros. Los colores brillantes y llamativos transmiten la alegría que sintió aquel día, una felicidad que es inmediatamente destruida por el Devorador.

Se relame los labios con una lengua alargada y negra, bífida como la de las serpientes, antes de desaparecer tan rápido como había llegado. Su silueta se confunde con las tinieblas y yo permanezco inmóvil en el centro de la sala. Mi padre continúa en el mismo lugar, ajeno a lo que ha ocurrido a nuestro alrededor. Ya solo quedan dos recuerdos de la vida que está perdiendo, que ya casi ha perdido.

El tejido que recubre el lienzo de la izquierda resbala y cae al suelo repentinamente, con un golpe seco. Es un autorretrato. Los ojos de mi padre se clavan en los míos desde la superficie de la lona, invadidos por una calma  que dejó de sentir hace años. Soy consciente de que el Devorador no tardará demasiado en llevarse ese cuadro. Será el último y con su pérdida Víctor se olvidará de sí mismo, desvaneciéndose en el infinito de las sombras.

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